Artículo publicado por La Nación
SAN SALVADOR DE JUJUY.- El pasto crecido llega hasta las rodillas o un poco más. Entre la hierba hay botellas de gaseosa con las etiquetas desteñidas, vidrios rotos y un cartón de vino aplastado y semienterrado en el barro que dejó la última lluvia de un enero fresco. Unos pasos más allá yacen los restos de pintura resquebrajada de una pared que no toleró el abandono. El mural, que ocupa toda esa esquina, ya no cumple la misma función de antes: no impone respeto. Ese enorme logo de la Tupac Amaruen El Cantri bien podría ser un grafiti más.
Lo que hace pocos años era un barrio de viviendas sociales que exudaba en cada metro el inmenso poder que había acumulado Milagro Sala, se convirtió en un predio que refleja al detalle la espiral de decadencia que atraviesa la agrupación desde que detuvieron a su única líder, hace tres años.
El extinto Estado paralelo, autoritario y clientelista que construyó la Tupac dejó sus resabios en El Cantri, pero también en los barrios populares de todo Jujuy, en las calles del centro de esta ciudad y, sobre todo, en las opiniones de los vecinos y cooperativistas, que intuyen los intentos de la organización por subsistir y temen que algún día recupere el poder que perdió.
El barrio que podría considerarse la capital del imperio Sala todavía conserva algo de la esencia de lo que fue la Tupac, pero esa sensación desaparece cuando se visitan otros complejos de la organización. Allí están las ruinas.
A pocos minutos de El Cantri hay un grupo de casas sin techo, ventanas ni puertas. Están absorbidas por la vegetación. Son viviendas que la Tupac dejó sin terminar al momento de su implosión. Hay que tirarlas abajo, no solo por el abandono, sino porque están mal hechas y corren riesgo de desmoronarse.
Pero algunos no piensan eso. Si bien están deshabitadas, en cada entrada hay nombres en tiza blanca escritos por las familias que se autoadjudicaron la propiedad. Familia Sáenz, familia Díaz, familia Camacho. Un intento de garantizarse la esperanza de que algún día puedan vivir ahí.
La dejadez se replica en los edificios que Sala ordenó construir como una suerte de unidades básicas de la Tupac donde ella centralizaba su poder e indicaba a quién darle o quitarle viviendas. En la calle Alvear al 1100 está la sede central de la agrupación, un edificio de varios pisos que llega hasta bien adentro de la manzana. Allí, donde los tupaqueros cantaban "Nosotros somos buenos", hoy hay vallas, una policía y un sereno. Nadie entra.
"La Tupac ya no existe... por suerte", dice el cuidador. Hace unos años él vivía de y para la agrupación. Ahora, el gobierno provincial, a cargo del radical Gerardo Morales, le paga un salario para que evite que entren usurpadores a la sede de la organización.
El hombre también recibe periódicamente a ingenieros que revisan el estado del edificio, cuyos planos no existen. La situación es similar en los barrios populares. Los que peor están fueron inaugurados cuando ni siquiera había cloacas, luz o gas. En otros, las casas fueron construidas con materiales de mala calidad y el tiempo lo hizo notar.
"Nos hacían construir en tiempo récord. Teníamos que terminar en un mes lo que llevaba tres. Trabajábamos a la madrugada alumbrándonos con el celular", sigue el sereno.
Al llegar al poder, el gobierno radical hizo una auditoría de las viviendas construidas por las cooperativas. De ella surgió que de las miles de casas que hizo la Tupac, 488 están deshabitadas y en pésimas condiciones, y que se habían girado los fondos para construir otras 1977, de las cuales hasta ahora se hizo un millar tras renegociar la financiación con el gobierno nacional porque la plata no estaba. El déficit habitacional de Jujuy afecta a unas 10.000 familias.
Con un gesto de sorpresa que sigue intacto pese a que pasaron tres años, un ministro de Morales explica la aceitada maquinaria de desvío de fondos y reconoce que todavía no saben cuánta plata terminó en manos de la Tupac ni dónde está. "Si la casa salía $100, ellos decían que salía $200 y les mandaban $300. Ese dinero extra desapareció y no podemos calcular cuánto es", relata.
Cuando Eduardo Fellnerdejó el poder la Justicia provincial dio inicio a las investigaciones contra Sala, que llegó a tener once causas entre civiles y penales. El lunes pasado, la dirigente fue condenada a 13 años de prisión en la causa Pibes villeros, vinculada con el desfalco de $60 millones destinados a la construcción de viviendas. Pero todavía hay una investigación en curso más grande, denominada megacausa, que investiga el sistema corrupto en su conjunto y que tiene involucrados a exfuncionarios de peso, incluido Fellner.
Desde su prisión domiciliaria, en el barrio Cuyaya, Sala despotrica contra Morales y denuncia que los jueces responden a él. También dice que quiere ser gobernadora pese a que la condena la inhabilita a ejercer cargos públicos. Aún así, se mantiene activa. En su casa decorada con figuras norteñas y vidrios espejados recibe a gente permanentemente, lo que alimenta la especulación.
"Dios quiera que no vuelva". Julia se frota las manos y niega con la cabeza mientras mira el techo. "Por supuesto que tenemos miedo. Y más por cómo están las cosas ahora", dice.
Los vecinos todavía bajan la voz para hablar del pasado y la mayoría pide usar un nombre falso para preservar su identidad como tratando de esquivar una represalia.
Julia es una cooperativista que trabajó con la Tupac, pero que la abandonó, al igual que tantas otras organizaciones sociales, cuando Sala cayó en desgracia. Recibió a LA NACION junto a otros seis colegas suyos en un galpón del centro de esta ciudad. Tras tomarse unos minutos para entrar en confianza, contó lo que muchos testimonios ratificaron después: que el debilitamiento de la Tupac es paulatino y que todavía no desapareció del todo.
En enero de 2016, cuando Sala pasaba sus primeras noches en la cárcel, los miembros de la red de cooperativas que respondía a la Tupac estaban obligados a pedir por la libertad de la dirigente. Por eso tomaron la plaza frente a la casa de Gobierno. Vivieron en carpas bajo un calor que apretaba. Al poco tiempo, el apoyo se agotó y las organizaciones decidieron irse. Julia fue una de ellas.
Al día siguiente, su teléfono sonó varias veces pero no atendió. Eran números desconocidos y en cada llamada uno diferente. Esa noche durmió en otro barrio porque se enteró de que la iban a ir a buscar a su casa. Al día siguiente, la encontraron. Le pidieron que volviera, que después veían cómo, pero que en ese momento solo necesitaban que agitara una bandera en una marcha. "Fue un manotazo de ahogado", recuerda.
A partir de ahí, todo fue pérdida para la Tupac. Perdieron la personería jurídica, las causas penales se multiplicaron, el control de El Cantri pasó a ser de las cooperativas, las sedes de la agrupación quedaron a cargo del Estado, la militancia se esfumó e incluso el apoyo del peronismo en Jujuy la abandonó, y quedó con un solo legislador adepto. Sin los fondos que gestionaba con la exministra de Desarrollo Social, Alicia Kirchner la maquinaria de clientelismo se convirtió en un cascarón hueco.
Sin embargo, la Tupac todavía resiste entre los que no perdieron la lealtad. En El Cantri, donde hay unas 2000 viviendas, ya no hay barreras en las esquinas para controlar el flujo de personas ni hombres con palos para perseguir foráneos. Pero muchas de las familias siguen defendiendo a Sala al punto de enfrentarse periódicamente al grito de "Libertad a Milagro" con los policías que el gobierno provincial ubicó en pleno barrio, antes inaccesible.
"El cambio va a llevar mucho más tiempo. La Milagro hizo mucho mal, pero también hizo cosas buenas", dice Alfredo Martínez, un vecino de El Cantri que destaca la misión "noble" de Sala con los necesitados, pero que no ahorra en críticas. "A ella le dieron toda la plata de golpe y empezó a manejar a mucha gente. Y bueno, se volvió loca", relata.
El temor de Carlos, otro cooperativista, se palpa en su mirada. El joven cuenta que la propia Sala le pegó una trompada cuando él cuestionó la orden de vigilar a otros tupaqueros y que después recibió amenazas en su contra, de su hijo pequeño y su esposa. Cuando abandonó la agrupación, las agresiones cesaron por un tiempo. Todavía persisten los llamados de advertencia a quienes la critican en público y los insultos en la calle. "No puedo ir a una feria con mi hijo porque me gritan traidor", cuenta Carlos, seguro de que "algo de poder le queda".
El sticker se despegó y está a punto de caerse de la pared. Solo queda pegada la imagen de Cristina Kirchner sobre el hashtag #AhoraUnidadCiudadana. Al lado hay un grafiti con la cara de Sala sobre la figura de un gato que dice "Morales miente". Detrás del vidrio de una de las ventanas de la sede de la Tupac, una gigantografía de Juana Azurduy está partida a la mitad. En el suelo, un libro con el símbolo de la agrupación deja un mensaje que tiempo atrás era tomado en serio: "Vamos por más"