La rica nación petrolera, ahora un caos ingobernable, alguna vez tuvo uno de los más altos estándares de vida de África, con atención médica y educación gratuitas. Pero la estabilidad que llevó a su prosperidad se rompió y Trípoli es ahora el escenario de serios enfrentamientos entre fuerzas rivales para disputarse el poder del país post-Gadafi.
Hace siete años, el caos llegó a Libia.
Lo que comenzó en 2011 con protestas antigubernamentales como parte de la llamada "primavera árabe" terminó con la intervención de la OTAN y el sangriento derrocamiento de Muamar Gadafi, el excéntrico líder que gobernó el país por más de 40 años.
Criticado por violaciones y abusos de los derechos humanos, Gadafi también convirtió a la rica nación petrolera en uno de los países con más altos estándares de vida en África, con atención médica y educación gratuitas.
Pero esta aparente estabilidad se rompió con la muerte del líder libio y, después de años de caos y enfrentamientos entre milicias de todo tipo, Trípoli ahora es escenario de serios enfrentamientos entre fuerzas rivales que buscan hacerse con el poder.
Un general renegado, Jalifa Haftar, quien lleva el mando militar de un gobierno paralelo en el este del país desde 2014, decidió el pasado jueves reunir sus tropas e ir a la conquista de la capital.
Desde entonces, la ciudad se encuentra bajo asedio y ya se reporta decenas de muertos y heridos.
Varios pueblos vecinos, algunos a solo 40 kilómetros del centro de Trípoli, han sido capturados por las tropas leales a Haftar, y sus aviones incluso han bombardeado el aeropuerto internacional de la capital.
Organismos y países que tienen tropas o negocios en Libia han ordenado la salida de su personal no imprescindible y muchos temen que el asedio de Haftar provoque un derramamiento de sangre.
Entre tanto, las fuerzas progubernamentales, respaldadas por Naciones Unidas y con sede en Trípoli, anunciaron una contraofensiva que denominaron Operación Volcán de la Ira.
A continuación, 5 claves para entender lo que pasa en la nación africana.
Solo las miles de milicias armadas de Libia tienen una influencia real en el destino del país y su poder se divide entre los dos centros de poder político en los que se dividió la nación: uno en el este y otro el oeste, con instituciones paralelas.
En el occidente, en Trípoli, está la autoridad reconocida por la comunidad internacional, el Gobierno del Acuerdo Nacional (GNA, por sus siglas en inglés), liderado por el primer ministro Fayez Sarraj, un ingeniero de profesión.
Durante los últimos tres años, ha trabajado para obtener el apoyo de varias milicias y políticos, pero tiene poco poder real sobre el resto del país o, incluso, sobre fuerzas aparentemente bajo su control.
Mientras, en Tobruk está el parlamento elegido en 2014 después de unas disputadas elecciones y a cuyos representantes son fieles las tropas de Haftar.
Los parlamentarios se mudaron a esa ciudad a 1.000 km de la capital cuando las fuerzas que tenían el poder se negaron a renunciar tras los comicios.
En 2015, algunos de estos parlamentarios respaldaron el acuerdo de la ONU para un gobierno de unidad, pero desde entonces el Congreso se ha negado a reconocerlo y ha estado bloqueando los esfuerzos para organizar nuevas elecciones y quieren a Haftar al frente del país.
Pero ese no es el único aspecto que los separa.
También están divididos ideológicamente: algunos altos mandos son islamistas militantes o moderados, otros son secesionistas o monárquicos y otros son liberales.
Algunos analistas de seguridad describen a Libia como un bazar de armas.
El país está lleno de armamento saqueado del arsenal de Gaddafi o proveniente de los países aliados en la región que apoyan las facciones rivales.
Las lealtades de las milicias a menudo cambian por conveniencia y por la necesidad de sobrevivir.
Y el grupo que últimamente ha mostrado mayor solidez es el autodenominado Ejército Nacional Libio (LNA, por sus siglas en inglés) de Haftar.
El mismo está formado por exunidades del ejército y milicias leales a ellas y cuenta con el apoyo de grupos tribales en el sur y otras milicias conservadoras salafistas.
Las muchas milicias de Trípoli tienden a cooperar con el gobierno respaldado por la ONU, pero ha habido luchas internas en ocasiones a medida que cambian sus lealtades.
El grupo más grande en la capital ahora es la llamada Fuerza de Protección, que se formó en diciembre de 2018, y está formado por cuatro milicias clave: los revolucionarios de Trípoli, las fuerzas de seguridad central de Abu Salim, el batallón Nawasi y las fuerzas especiales de disuasión.
Algunos grupos en Trípoli, como la Brigada Salah al-Burki, se han negado a aceptar la autoridad del GNA, pero se cree probable que tomen las armas contra Haftar dado su apoyo al antiguo Parlamento dominado por los islamistas que estuvo en el poder en la capital entre 2014 y 2016.
Las poderosas milicias de la vecina Misrata, como la Brigada 301 (que fueron fundamentales en la lucha contra Gadafi y luego, contra EI) también han enviado sus fuerzas a Trípoli a raíz de los avances del LNA.
La situación del país tras la muerte de Gadafi es tan compleja que el expresidente de Estados Unidos Barack Obama reconoció en una entrevista en 2016 que el "peor error" de su gobierno fue no prepararse para las consecuencias del derrocamiento del líder libio.
La mayoría de las naciones y organizaciones occidentales respaldan el gobierno de unidad.
Pero Haftar ha contado por años con el apoyo de Egipto y Emiratos Árabes Unidos.
El líder del LNA también realizó una visita a Arabia Saudita una semana antes de lanzar su ofensiva contra Trípoli.
El general ha realizado además varios viajes a Rusia, fue recibido en un portaaviones ruso frente a las costas de Libia y el domingo Moscú vetó una declaración del Consejo de Seguridad de la ONU que condenaba su avance hacia Trípoli.
Francia, que ha asumido un papel de mediación, se ha negado tomar partido a pesar de las sospechas sobre su relación con Haftar.
El presidente Emmanuel Macron fue el primer líder occidental que lo invitó a Europa para las conversaciones de paz y Francia lanzó ataques aéreos en apoyo de sus fuerzas en febrero.
La agitación que siguió a la caída de Gadafi permitió que EI se afianzara en el país: tomaron incluso la ciudad natal del exlíder libio, Sirte, que fue devastada.
Sin embargo, los grupos armados de la ciudad de Misrata y la región central, que a veces son leales al gobierno de unidad, lograron expulsar a los militantes de EI de la ciudad en agosto de 2016, con respaldo occidental y ataques aéreos estadounidenses.
El grupo, que estaba formado por desertores de grupos yihadistas locales y combatientes extranjeros, no controla ninguna ciudad o pueblo, pero todavía tiene presencia en varios escondites del desierto.
Ahora es una fuerza disminuida, aunque ha estado detrás de algunos ataques en la capital, lo que socava aún más la seguridad.
La lucha actual amenaza con interrumpir aún más los suministros de petróleo y alimentar la migración a Europa.
Y es que en Libia la inflación ha mejorado, pero la comida sigue siendo cara y los hospitales aún tienen escasez de medicamentos.
Los niveles de seguridad son bajos y la gente asegura sentirse generalmente al límite.
Las mujeres se sienten especialmente más amenazadas cuando salen y los secuestros siguen siendo una amenaza.
En el país hay más de 170.000 desplazados.