Cuatro vehículos y cinco motos bajan a toda velocidad en dirección a la puerta trasera de la Iglesia de San José, en el este de Caracas.
En el pequeño convoy viaja la junta directiva de la Asamblea Nacional, con su presidente, Juan Guaidó , a la cabeza. Edgar Zambrano, primer vicepresidente, y Stalin González, segundo vicepresidente, acompañan al jefe del Legislativo. Y con él, su mujer, Fabiana Rosales.
"¡Presidente, valiente!", le gritan varias personas sorprendidas ante su irrupción. Alegría por un lado, máxima tensión por el otro. Cientos de personas le esperan en el Cabildo Abierto organizado en pocas horas y a través de las redes sociales. Las puertas del templo se cierran de forma hermética, dejando a un lado a fotógrafos y seguidores. Los recién llegados sólo permanecen seis minutos en la iglesia, repasando últimos acontecimientos con sus equipos y saludando a los más cercanos. Al otro lado de la entrada principal ya se escuchan los cánticos.
"Si se atreven a secuestrarme de nuevo, yo les pido mantenernos en la ruta pacífica y de manera no violenta, pero con mucha contundencia por la libertad", responde el líder opositor ante su público, recordando los 60 minutos durante los cuales la policía política le mantuvo detenido de forma ilegal dentro de un vehículo. "Se ha corrido mucho el rumor de que me van a meter preso. Estoy seguro de que algunos de ustedes me podrá dar refugio en su casa", añade entre los vítores de su gente.
Nada más acabar, la operación escape repite esquemas parecidos en un día donde los rumores sobre la inminente detención del discípulo del preso político Leopoldo López en Voluntad Popular no sólo llegan hasta su equipo de seguridad, también a los mentideros políticos y diplomáticos. El miércoles pasado, para llegar a la gigantesca marcha, usaron motocicletas de alta cilindrada.
Guaidó vive en clandestinidad, como reconocen sus colaboradores más cercanos. El modus operandi cambia cada minuto, en un intento de despistar a los agentes del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin), encargados de su marcaje mientras la cúpula bolivariana decide qué estrategia emplear contra un rival que ha crecido.
El presidente encargado no tiene un gigantesco palacio presidencial, como Maduro. Se conforma con un apartamento "pequeño y modesto", y no siempre es el mismo. Allí despacha con una sola persona, usando Skype para las reuniones virtuales con su equipo de confianza, compuesto por ocho personas. Las contraseñas se cambian de forma constante. Su segundo anillo personal, incluyendo la seguridad, se estira hasta las 40 personas.
Guaidó usa un iPhone y un tablet para trabajar y para comunicarse. Siempre en modo avión y aprovechando las conexiones inalámbricas de Internet.
Al menos una vez en el día se encuentra con su mujer, que suele acudir acompañada de Miranda, su niñita de un año. "Mi gasolina", repite el padrazo. Rosales también mantiene una rutina parecida a la de su marido. Pocas horas de sueño y jugando al despiste, a la distracción, con vehículos "rodando todos el día" por la ciudad sin el personaje del momento en su interior. Los miembros de su equipo también se desplazan sin llamar la atención, como cualquier ciudadano de la capital.
La presión gubernamental le ha cambiado todos los hábitos al guaireño, hasta los alimenticios: de la comida sana y a la plancha de todos los días, con el ceviche de pescado a la cabeza, a lo que toque, normalmente hamburguesas y pizzas. Como en las películas.