Extensas filas en supermercados y estaciones de servicio, un pobre esquema de transporte y la incipiente organización de vecinos para custodiar algunos barrios, con una nueva fuerza de “chalecos amarillos”, marcaron hoy la jornada en Santiago, donde persiste la tensión por las protestas de ciudadanos que cuestionan al gobierno chileno y las fuerzas de seguridad.
Aunque la ciudad había amanecido con cierta tranquilidad, después de la segunda noche con toque de queda, policías y Carabineros reforzaron la seguridad en grandes cadenas, algunas estaciones de servicio y en puntos claves de la capital, ante el temor de saqueos o ataques contra los comercios.
Algunos supermercados organizaron un ingreso por turnos de compradores, pero la mayoría mantuvo sus puertas cerradas, lo que pareció acrecentar el nerviosismo de los vecinos.
Un cuadro similar se dio en estaciones de servicio, donde se repitieron las imágenes de colas de ayer, pese a que la CPEC -la mayor red del país- ratificó que no existe riesgo de desabastecimiento de combustibles.
Vecinos de la comuna de La Reina hicieron largas filas para comprar en el supermercado Jumbo de la avenida Francisco Bilbao, custodiado por personal militar que permitía el ingreso de 15 personas por turno.
La fila alcanzó más de 150 metros y lo contaba, por ejemplo, a Carlos, que llegó desde la cercana comuna de Ñuñoa y esperaba "llegar a tiempo” a entrar. “Necesito comprar las cosas básicas de comida y pañales para mi hijo", relató.
De fondo se escuchaba la queja de un niño que, con su madre, llevaba más de dos horas de espera. Un militar miraba desde un costado, sin decir nada.
Algunos de los que salían del supermercado buscaban transmitir algo de calma a los que esperaban: "Tranquilos, que no hay desabastecimiento; hay comida para todos; el problema es que son pocas cajeras y personal", explicaban.
La preocupación era extendida en otros barrios. "Prefiero sobreabastecerme, porque no sé cuando terminará esto; nos tiene a toda la familia preocupados", reconoció Felipe, de Ñuñoa.
En los teléfonos móviles se sucedían -y viralizaban- videos con imágenes de la represión. Otro de los cortos profusamente extendido era del titular de la Confederación Nacional del Transporte de Carga de Chile, Sergio Pérez, que desmentía los rumores de un posible paro de camioneros y ratificaba la “la obligación” del sector de “abastecer al país”.
Después de las 14, cuando se apuraban los cierres de comercios y oficinas, el nerviosismo ganó a muchos santiaguinos, porque el transporte era bien escaso.
“Hace una hora que espero la micro (el colectivo); quiero llegar a casa porque tengo miedo de que den toque de queda otra vez”, reseñó un joven en la parada frente al edificio Costanera Center, el más alto de Sudamérica.
Para entonces, el toque de queda que impide circular ya estaba decidido para las regiones de Valparaíso y Bío Bío, y se descontaba que se extendería a otras zonas. La duda era si otra vez habría grupos que desafiaran la medida, como pasó en las dos noches anteriores.
Pablo, un estudiante que vive en el centro de Santiago, le puso palabras a la bronca: "Estamos cansados de estar siempre al final de la fila; los políticos y los ricos se siguen enriqueciendo con las supuestas mejoras en el país, pero la realidad es esta y por fin Chile despertó y reclama".
Su pareja contó que desde el inicio de las protestas esquivó pagar el subte, en cumplimiento de la consigna, y avisó que estaba dispuesta a seguir manifestándose: "Queremos un país más justo; no puede ser que algunos tengan acceso a todo y más, y la clase trabajadora tenga que luchar para llegar a fin de mes".
Con estos sectores se mezclan los que piden mayor presencia policial para que vuelva la calma en la ciudad, y los que no pudieron esperar y se organizaron en colectivos de "chalecos amarillos" -curiosamente el nombre que en París tomaron los grupos antigubernamentales- para proteger sus barrios de posibles ataques y cuidar a los comercios de la zona.