Hace un por más de un siglo murió quien fue, según muchos, el primer poeta netamente argentino. Figura dorada de la cultura popular.
La destitución no tardó mucho en llegar, aparentemente por no tener título habilitante para la enseñanza, aunque muchos afirman que en realidad fue una reacción del gobierno por el tono crítico de sus poemas. El periodismo, entre tanto, ya lo ejercía bajo diferentes seudónimos.
Fue luego bibliotecario y traductor, antes de que en 1887 se trasladase a La Plata. Allí fue periodista en el diario El Pueblo y allí también moriría.
Todos los últimos años de su vida en La Plata. En ese tiempo el Congreso Nacional decidió darle un subsidio de por vida. Sin embargo, la ley llegó demasiado tarde (porque la vida se le fue demasiado pronto): murió a los 62 años el 28 de febrero de 1917.
Dicen que por esos meses, Almafuerte (ya enfermo) padecía encerrado entre cuatro paredes, heladas como témpanos (no tenía dinero para comprar ni mantener una estufa). Sin embargo, murió recibiendo calor de la panadería con la que lindaba su casa, gracias a que los vecinos se organizaron y le preguntaron al dueño del negocio si era posible extender un caño hasta la pared de su pieza. Dijo que sí, por supuesto, y dio su último suspiro cerquita de una pared que parecía losa radiante. Nunca supo de este favor tampoco, según cuenta Marcelo Ortale.
Fue apenas un gesto, con un hombre que había escrito: “Yo tuve mi covacha siempre abierta / para cualquier afán, falaz o cierto; / Y tan franco, tan libre, tan abierto, / mi hermoso corazón como mi puerta”.
Almafuerte escribió en “El misionero”, uno de sus poemas más descarnados: “Y a pesar de ser bálsamo y ser puerto/ De ser lumbre, ser manta y ser comida/ ¡A mí nadie me amó sobre la vida/ Ni nadie me honrará después de muerto!”.