Tras el desembolso del FMI, ahora el ministro se juega su propia "parada": medidas para el campo y cuentas para llegar a las elecciones
Sergio Massa viajó a Washington con el único objetivo de conseguir dólares y evitar una devaluación abrupta y volvió de Estados Unidos con el mismo plan: asegurarse dólares y evitar un salto cambiario que meta a la Argentina en una nueva crisis con final abierto.
El diagnóstico de Emmanuel Álvarez Agis de que "este es el peor año desde 2001" es compartido en el equipo económico. Con un agravante: en aquel momento se tenía un diagnóstico preciso sobre el escenario: había que salir del corset del uno a uno y reinventar un modelo productivista.
Ahora es diferente: nadie puso sobre la mesa un verdadero plan de estabilización y crecimiento para los próximos años. Todo se juega en el cortísimo plazo, en un año electoral, y con el oficialismo y la oposición tomando distancia del infierno.
Las próximas semanas serán determinantes. No para la puesta en marcha de un plan de estabilización -que esta administración ya no podría encender, dada su debilidad política- pero sí decisivas para el actual ciclo económico.
El Gobierno depende de una urgente llegada de divisas al Banco Central para asegurar que no habrá una devaluación abrupta antes de las próximas elecciones.
El economista Sebastián Menescaldi -director de la consultora Eco Go- dice que lo que se viene es una especie de "carrera de postas".
En una primera instancia, el objetivo del ministerio sería conseguir la mayor cantidad de dólares posibles durante el segundo trimestre -abril a junio-, considerado el período más fuerte para acumular dólares en el Banco Central.
De acuerdo a las estimaciones de Eco Go, en esos 90 días cruciales, el Gobierno podría recibir del campo alrededor de u$s9.200 millones. Se trata de u$s2.000 millones menos que en el mismo lapso del año pasado, por efecto de la sequía histórica.
De todas formas, esa "lluvia de dólares" sería un alivio en el marco de la estrechez actual. Durante el primer trimestre del año se liquidaron apenas u$s2.900 millones. Menos que los u$s3.300 millones que el Gobierno debió pagarle al Fondo Monetario por los vencimientos de la deuda con el organismo.
Para asegurarse esas liquidaciones, Massa pondrá en marcha un tipo de cambio diferencial para el agro. Uno para la producción de sojera (el "dólar soja 3") y otro canal para el resto de las economías regionales.
En el Palacio de Hacienda estiman que los productores, llegado este momento del año, tienen la necesidad de liquidar la cosecha para pagar sus propios vencimientos de deuda con bancos y distintos proveedores.
Estas devaluaciones sectoriales no son otra cosa que un desdoblamiento solapado, que tiene la única finalidad de achicar la brecha cambiaria y aceitar la llegada de divisas ante el atraso del tipo de cambio oficial.
Como queda a la vista, el primer objetivo urgente de Massa es llegar a junio con la mayor cantidad de dólares posibles en el BCRA, que le dé a su vez tiempo para llegar a la siguiente posta, que es en agosto. Ese mes se juegan las PASO.
Las próximas dos o tres semanas serán claves también para la dinámica inflacionaria. El flujo de dólares determinará el grado de presión sobre los demás precios de la economía, además del dólar.
Marzo terminó con las principales empresas pujando por nuevos aumentos, en la mayoría de los casos por encima del ritmo que Massa quiere darle a la inflación.
Los últimos datos del Indec respecto de la pobreza determinaron que el conurbano bonaerense -el corazón electoral del Frente de Todos- es el más perjudicado por el salto inflacionario. En ese distrito, el índice trepa al 45%, nada menos.
Antes del fin de semana, distintas empresas fabricantes de productos esenciales de la canasta familiar anunciaron ajustes en los precios que extralimitan el tope del 3,2% reclamado por la secretaría de Comercio Interior.
En el rubro lácteo, se anunciaron aumentos de hasta 10% en quesos y leches "larga vida". Por encima de ese tope se ubicó el azúcar. En arroz, las subas anunciadas llegaron al 20%. La mayoría de estos casos, los súper ajustes se vinculan con el impacto de la sequía histórica y el derrape de la producción.
Desde las propias filas del oficialismo se escuchan críticas a Matías Tombolini, el guardián de los precios, pero el funcionario poco puede hacer ante el aluvión de aumentos derivados del shock climático.
Por esa misma oficina pasaron Paula Español y Roberto Feletti, dos espadas del kirchnerismo, que tampoco pudieron maniatar la dinámica inflacionaria a fuerza de controles. La dramática caída de la producción de alimentos por la sequía empeoró lo que ya era complicado.
La inflación de marzo cierra en torno del 7%, aunque los últimos registros que llegaron a Massa le dan que -hasta la semana pasada- el índice podría situarse alguna décima por debajo. Un efecto psicológico, nada más que eso.