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Autismo, del silencio a la epidemia global

Los casos aumentan. Prevenir la exposición a agentes tóxicos es fundamental antes de la gestación, durante el embarazo y en los primeros años de vida.

Domingo, 16 de Setiembre de 2018
El autismo –uno de los Trastornos de Espectro Autista, como el Asperger– ha alcanzado rango de epidemia, al tiempo que no dejan de aumentar otros trastornos del desarrollo.

En el abordaje de esta condición, que en el año 2012 afectaba ya a 1 de cada 45 niños frente a 1 de cada 150 en el año 2000, urge tomar conciencia de la toxicidad prenatal y postnatal en la que se desenvuelven progenitores e hijos, a tenor de los datos difundidos en 2013 por el Centro de Control y Prevención de Enfermedades, dependiente del gobierno de los Estados Unidos. De seguir esta progresión, uno de cada dos niños serían autistas en 2020.
El autismo tardío, que irrumpe a partir de los 18 meses de vida, frente al temprano, al nacer, es el que ha tenido un mayor crecimiento: se ha multiplicado por diez en las últimas tres décadas.
Prevención prenatal del autismo
Según la doctora Pilar Muñoz-Calero, directora de la Fundación Alborada, muchos especialistas en autismo y medicina ambiental coinciden en que al lado de un niño autista suele haber padres o abuelos con patologías como artritis reumatoide, diabetes, lupus, fibromialgia, sensibilidad química múltiple o síndrome de fatiga crónica, todas emergentes y con características comunes: inflamatorias, crónicas, degenerativas y de hipersensibilidad.
"Muchos de estos estudios basados en la evidencia clínica hoy tienen mucha más fuerza que la evidencia científica estadística, ya que observamos cada día a niños autistas en consulta a lo largo de años y en diferentes países", afirmó la doctora Muñoz-Calero. Añadió que aunque exista cierta tendencia familiar difusa, esta podría no ser la causa, sino la consecuencia de una agresión tóxico-ambiental que promueve los trastornos.
Esta vulnerabilidad tendría más incidencia en ciertas "crono-ventanas", es decir, en determinadas fases de la gestación y durante los primeros meses de vida en que madre e hijo están expuestos a la toxicidad ambiental. "Sabemos que los antidepresivos pueden llevar al autismo en el primer trimestre; el estrés prenatal, en el segundo y tercero; o la calidad del aire, en el último", explicó el doctor Daniel Goyal, experto en autismo en la clínica británica Breakspear, especializada en el tratamiento natural de enfermedades ambientales.
En opinión de Goyal, "los niños autistas nos están mostrando lo que está pasando en el entorno", donde convivimos con más de 80.000 sustancias químicas, de las cuales al menos 200 son neurotóxicas reconocidas.
No todo es genética
Estudios y analíticas de niños autistas avalan que muchos sufren una intoxicación crónica por mercurio, el cual atraviesa la barrera placentaria, se encuentra en la sangre del cordón umbilical e incluso llega también a la leche materna. Este dato lo ha constatado la doctora María Jesús Clavera en su consulta. Según sus datos, el 70% de las madres de autistas llevaban amalgamas dentales (con un 50% de mercurio); entre el 15 y el 20% de los niños afectados fueron fruto de una concepción artificial in vitro, y el 60% nacieron por cesárea.
El exceso de otros metales pesados, pesticidas, hormonas o antibióticos se suma al cóctel de factores que influiría en esta escalada que deja niños con múltiples y graves problemas, como la neuroinflamación y la alteración de la flora intestinal, devastada en un 90% de los casos, aseguró el doctor Goyal.
Ante la alta prevalencia de metales pesados en estos niños, el doctor Willian Rea, director de la Academia Americana de Medicina Ambiental, aconsejó vacunar con precaución: "hacer una prueba previa de alergia a los metales de las vacunas (test Melisa), evitar ciertos coadyuvantes dañinos y vacunar paulatinamente".
El boom tecnológico
Además de los contaminantes químicos, la polución electromagnética también es un problema, según Martin Pall, investigador de la Universidad del Estado de Washington. La epidemia del autismo parece ir en paralelo al aumento exponencial de la telefonía móvil, iniciada en los 80, y posteriormente la tecnología inalámbrica, como el wifi.
"Los campos electromagnéticos actúan sobre los canales de calcio intracelular produciendo cambios químicos en la célula, así como disrupción sináptica en el cerebro", sostuvo Pall, sin desdeñar los factores relacionados con el desarrollo industrial.