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Policiales Del 13 de mayo

Hace 165 años, nacía Almafuerte, padre del aula y un poeta popular y suburbano

Pedro Bonifacio Palacios, conocido popularmente por su seudónimo Almafuerte, se destacó como un gran docente, periodista, y gran poeta comprometido con la sociedad de su tiempo. Nació el 13 de mayo de 1854 en San Justo, en el oeste del conurbano bonaerense, en el seno de una familia muy humilde.

Lunes, 13 de Mayo de 2019
Tuvo una infancia realmente muy sufrida, ya que a su marcada pobreza perdió a su madre y luego fue abandonado por su padre. En medio de la extrema pobreza en la que creció, se orientó primero hacia las artes plásticas.
Por su imposibilidad económica para viajar a París (que era, como hoy, el centro principal de los pintores y estudiantes del arte), la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires propuso a Almafuerte como candidato para una beca que le permitiera viajar a Europa y perfeccionarse.
Sin embargo, la Cámara de Senadores se la negó. Esta frustración personal profundizó en él su disgusto con la política, su desconfianza hacia los partidos, con una visión crítica y filosa que volcaría, más tarde, en muchos de sus escritos.

De esta manera cambió su rumbo. De adolescente se dedicó a la docencia y a la escritura. A los 16 años, sin tener siquiera el título de maestro, tuvo una larga experiencia al frente de diferentes clases, en donde fue nombrado inclusive Director de una escuelita rural en Chacabuco, en la campaña bonaerense.
También fue docente en Mercedes y Salto. En Chacabuco conoció, en 1884, al ex presidente Domingo Faustino Sarmiento, sin lugar a dudas unos de los máximos referentes del procerato liberal post Caseros y uno de los mayores responsables del genocidio de la gran mayoría de la población paraguaya en el marco de la denominada Guerra de la Triple Alianza (1865-1870). Tiempo después, Palacios fue destituido por no poseer un título habilitante para la enseñanza, pero muchos afirman que en realidad su destitución se debió a que sus poemas ya eran altamente críticos para con el gobierno.
En su visión, la pobreza sólo podía ser revertida a través de la educación. En las escuelas rurales de Buenos Aires, Salto, Chacabuco, Mercedes y Trenque Lauquen, se extenuó horas y horas con clases ininterrumpidas. En aulas precarias y simples taperas, Palacios enseñaba las primeras letras, recitaba poemas y transmitía los rudimentos de las matemáticas a grupos de niños rurales, hijos de peones, hambreados, castigados, excluidos, analfabetos, con una dedicación tan admirable como casi única.
Su labor no consistió en transmitir pasivamente datos fríos. Conocía instintivamente las técnicas para estimular la creatividad de los alumnos, los guiaba hacia la investigación, los incentivaba a buscar el saber, los estimulaba a sentir la sed inagotable de conocimiento que él mismo sentía. Enseñaba Ciencias y Geografía a campo abierto (en el lugar de los hechos como él decía). Y su método docente obligaba al alumno a observar la naturaleza y deducir de esa observación las leyes que la regían. No contento con esto, extendió su campo de acción: Pedía a los niños que trajeran a sus padres para estudiar. Y de esta manera su éxito fue total.
Los cursos que él dictaba comenzaban con no más de 10 o 15 alumnos, para, al promediar el año, verse colmados por 200 o 300 educandos de todas las edades. Lamentablemente fue apartado de su cargo por tener una postura política crítica hacia esa Argentina conservadora en la cual se vivía, porque su forma de ejercer la docencia irritaba a los “doctos”. En 1894 retomó su labor como decente en una escuela de Trenque Lauquen, pero en 1896 el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires lo destituyó nuevamente de las aulas, poniéndose como motivo el hecho concreto de que el gran maestro no contaba con un título oficial habilitante. En realidad, su destitución se debió a que sus poemas eran altamente críticos para con el gobierno. Pero Almafuerte, fiel a su nombre, no cedió. Redobló su labor dialéctica y poética, siguió enseñando en forma privada defendiendo el rol del docente, exaltando la cultura y trabajando para los pobres.
Como poeta fue realmente un autodidacta, y resulta casi imposible clasificarlo dentro de las corrientes literarias de su época. Cuando cumplió 20 años, el diario Tribuna publicó su primer poema, ‘Olvídate de mí’. En 1875 fue ‘Pobre Teresa’, una obra de teatro en cuatro actos, escrita en verso. Y con el ímpetu de esos pequeños primeros logros, continuó publicando en medios de mínima o regular tirada: En La Ondina de Plata, El Álbum del Hogar, Caras y Caretas y La Biblioteca.
Sus poemas los escribía para ser recitados frente a multitudes. La poesía almafuertiana es, en realidad, un ejercicio de oratoria y retórica, poéticamente perfecta en rima, métrica, técnica y estilo. Aprendió elocuencia de eximios oradores políticos de su época, y por ejemplo Leandro N. Alem y Aristóbulo del Valle arengaban a las masas con el mismo estilo con el que Almafuerte elaboraba sus poemas.
Como periodista también tuvo una vida pública muy destacada. Por ejemplo, escribió en el diario Buenos Aires; fue secretario de redacción de El Oeste de la ciudad de Mercedes; y fundó el diario El Progreso en Chacabuco. En 1887 se trasladó a La Plata e ingresó como periodista en el diario El Pueblo, para luego dirigirlo. Y en esta trinchera de resistencia cultural combatió ácidamente al gobierno de turno. Con el tiempo fue nombrado Pro-secretario de la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, y más tarde fue bibliotecario y traductor en la Dirección General de Estadística de la provincia. Su forma política de pensar siempre fue libertaria. Con el estallido de la Revolución del Parque, en 1890, Almafuerte se identificó con los ideales de Alem y los orígenes revolucionarios de ese movimiento.
Pero desengañado de la política, Almafuerte se volvió más introspectivo, solitario y hosco. Se recluyó a escribir y se desligó de las funciones públicas. Sintió por esta época que los únicos que merecían su esfuerzo eran los pobres, los miserables, los enfermos, los ignorantes, y a ellos se volcó de modo definitivo. Pero la admiración que existía por sus poesías era cada vez mayor. Fue tan así que en 1893 el diario La Nación empezó a publicar sus poemas. Las masas se sentían identificadas con él, con el poeta cultísimo, ampliamente cultivado, capaz de escribir versos técnicamente perfectos, llenos de sangre y de pasión, donde hablaba y se comprometía con un profundo contenido social.
También escribió miles de cartas a los poderosos de turno solicitando alimento, trabajo, vivienda, educación, medicamentos, becas o subsidios para los pobres, para alumnos y ex alumnos. Por regla general, su insistencia y reclamos tenían éxito. Y Al final de su vida, el Congreso de la Nación Argentina le otorgó una pensión vitalicia para que se pudiera dedicar de lleno a su actividad como poeta. Sin embargo no pudo gozar de ella, ya que el 28 de febrero de 1917 falleció en la ciudad de La Plata, a la edad de 62 años.
En La Plata se encuentra la casa donde transcurrieron los últimos días de Pedro Bonifacio Palacios, convertida hoy en museo que se declaró ‘Monumento Histórico de la Ciudad, de la Provincia y de la Nación’, un más que justo homenaje a su gran labor humanística y literaria. Y cincuenta y siete años después de su muerte, el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires lo declaró Maestro Honoris Causa, otorgándole por fin el título que nunca tuvo en vida y que se convirtió en su sueño más preciado.
En esta Argentina actual tan degradada, tan sometida a los poderes mundiales y tan viciada en la corrupción organizada debemos levantar la bandera del poeta social por excelencia que dio nuestro país: La bandera del combate contra la injusticia, contra la exclusión social, la mezquindad humana y la miseria espiritual. Ya lo decía con claridad meridiana Almafuerte en uno de sus poemas más significativos, ‘Piu Avanti’:

No te des por vencido, ni aun vencido,
No te sientas esclavo, ni aun esclavo;
Trémulo de pavor, piénsate bravo,
Y arremete feroz, ya mal herido.
Ten el tesón del clavo enmohecido,
Que ya viejo y ruin vuelve a ser clavo;
No la cobarde intrepidez del pavo
Que amaina su plumaje al primer ruido.