El Grupo de Acciones Especiales entra en las zonas más humildes de Caracas para impedir que se manifiesten contra el Gobierno.
Las tanquetas y los camiones blindados recorren las estrechas calles de Petare, el barrio más grande y marginal de Caracas. Son las Fuerzas de Acción Especial (FAES), la élite de la represión del ejército venezolano, encargadas de ejecutar las «operaciones de limpieza» y de mantener las «zonas de paz», eufemismos tras los que se esconden violaciones de los derechos humanos, ejecuciones y actos extrajudiciales, con total impunidad.
A su lado, las fuerzas tradicionales de la Guardia Nacional parece un cuerpo de aficionados mal provisionado. Los hombres de la FAES rondaron ayer durante todo el día los distintos sectores de los «barrios» (kilómetros y kilómetros de chabolas), ante el temor del Gobierno de Nicolás Maduro de que «bajen los cerros», como se dice popularmente en Venezuela al fenómeno en que las personas de las clases más bajas se manifiesten en las calles principales de la ciudad, situada en un valle. Las FAES responden al general Padrino López, que este jueves mostró su lealtad al régimen chavista.
Estos comandos especiales, apertrechados con armas de guerra, apuntaban a las casas y disparaban a mansalva. Contingentes de más de veinte soldados juntos, subían y bajaban por las cuestas largas y curvilíneas que escalan las colinas y montes que rodean Caracas. A los asesinados los paseaban por las calles de Petare, acostados en una «pick-up» negra, a la vista de cualquiera que se asomara por la ventana o caminara por la calle, a plena luz del día. Los militares esconden sus rostros tras máscaras lúgubres y pañuelos pero a los ejecutados los muestran semidesnudos. Ocultan sus caras, no llevan identificación más allá de las siglas de su grupo, pero no esconden sus crímenes. Todo lo contrario.
La camioneta que exhibe al hombre asesinado enciende las luces, avanza con la sirena a todo volumen, a pesar de que el paso está despejado. Los militares se hacen mirar. Por la ventana del vehículo asoman hombres con la pistola desenfundada, apuntando a la acera. Detrás, junto al muerto, dos soldados de negro, con pasamontañas, desafían con la mirada a los curiosos que se resguardan tras las paredes, acuclillados junto a los coches aparcados, en las esquinas.
Los militares esconden sus rostros tras máscaras lúgubres y pañuelos pero a los ejecutados los muestran semidesnudos
La "pick-up" avanza muy lento, escoltada por una estela de motos, todas con dos hombres. Uno que conduce y otro que con armas largas dispara a las casas. «Pa"dentro, pa"dentro», le grita alguien a la mujer que filma la escena. Un instante de un hecho que se ha repetido desde la noche del 23 de enero y que prosiguió esta madrugada.
«Lo que está pasando aquí en el barrio es que soltaron al FAES y esto está minado de tanquetas y patrullas», reporta un vecino de uno de los sectores más populosos del oeste de la capital. «Andan sueltos echándole plomo a todo el mundo. Es para que el barrio se detenga bien y no salga porque el barrio de Petare estaba bajando. El Gobierno no quiere que salga ni que la gente se movilice, ésa es la estrategia. Nadie puede salir del barrio. La gente toca cacerola desde su casa pero nadie sale a la calle, la tienen tomada ellos. Eso está minado de puros tipos enmascarados, con pistolas y escopetas en la mano».
Durante la juramentación de Guaidó, miles de personas «bajaron de los cerros» de forma pacífica y en la noche hubo altercados y saqueos, alentados por grupos aislados de revoltosos que se enfrentaban a las milicias chavistas. «Cuando le gente se va viene la violencia, de infiltrados por el Gobierno, es una fórmula que se repite», asegura Ángel Zambrano, miembro de Laboratorio Ciudadano de No Violencia Activa. «La violencia hace que la gente se desmovilice». La tensión continúa, en una jornada incierta que comienza antes del alba, en Venezuela.