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Mundo Mesianismo

A 40 años de Guyana, el suicidio colectivo más grande de la historia

Ocurrió en 1978 y la indujo el pastor Jim Jones. Hubo 919 muertos. Clarín lo cubrió con un enviado especial.

Sabado, 17 de Noviembre de 2018
A 40 años de la masacre de Guyana, el delirio místico de Jim James y su secta sigue causando espanto. Fue el mayor suicidio colectivo del que se tiene conocimiento: más de 900 personas, muchas de ellas junto a sus hijos, acataron la orden del líder y bebieron un letal cóctel de cianuro. La sórdida historia en la pantanosa selva del pequeño país sudamericano sacudió al mundo el 18 de noviembre de 1978.

Un mundo que, por otra parte, ya estaba convulsionado por otros personajes tan alienados, o más, que el pastor estadounidense. Ese año, la Argentina padecía atroces operativos de la dictadura y ocultaba campos de exterminio mientras la Selección se quedaba con Mundial, en un triunfo que no alcanzaba a disimular el horror. En Nicaragua, Somoza daba los últimos estertores antes de caer bajo la revolución Sandinista; en Chile, Pinochet perseguía a los sobrevivientes del golpe contra Allende.


A Europa no le iba mejor. Ese año, las Brigadas Rojas asesinaban a Aldo Moro en Italia; y en el Vaticano moría misteriosamente Juan Pablo I, el papa bueno, a quien una misteriosa taza de té le arrebató el pontificado a 33 días de la asunción.

Todos eran hechos cruentos y determinantes, pero la alegórica historia de Jim Jones, donde el frenesí religioso, la megalomanía y el mesianismo se combinaban de manera monstruosa, acaparaba la atención y se multiplicaba en las páginas de los diarios de todo el mundo. Otra época, donde las noticias eran papel y tinta. Internet apenas comenzaba a pensarse en los ámbitos académicos.


Las audiencias seguían incrédulas lo ocurrido en la jungla de Guyana. Decenas de periodistas viajaron a su capital, Georgetown, ex colonia francesa y holandesa. Clarín, pionero en esas coberturas, mandó a un enviado especial. Al cuarto día de conocerse el hecho, Carlos Marcelo Thiery se encontraba en el lugar describiendo el escenario de la masacre.

Cuando arribó al aeropuerto, el número de muertos era confuso. Se hablaba de alrededor de 300. Luego se encontraron los demás cadáveres diseminados en la jungla, rodeando el predio de 140 hectáreas que tenía el “Templo del Pueblo”. En total había 919 cuerpos, de los cuales 276 eran chicos. Todos habían bebido un brebaje a base de jugo y cianuro, preparado con las proporciones adecuadas por el médico Harry Schacht.


Jim Jones, un pastor carismático del movimiento pentecostal, había formado una importante comunidad religiosa en California. Más del 70% de sus seguidores eran negros, resultado de su prédica contra el racismo en un país donde la xenofobia aún estaba muy presente. Con la paranoia propia de la Guerra Fría, el reverendo estaba convencido de que una guerra nuclear era inevitable.

Por eso decidió abandonar EE.UU. y establecerse en la selva de Guyana, donde quedaría a salvo de la hecatombe. A 160 km de Georgetown fundo su comunidad, a la que llamó, como buen ególatra, Jonestown (pueblo Jones). Estaba casado y tenía un hijo de 19 años.

Según contaron a Clarín los sobrevivientes, Jones hacía trabajar a sus seguidores “entre 14 y 16 horas diarias cultivando la tierra, cuidando cerdos o criando gallinas, y las jornadas de descanso consistían en escucharlo durante 7 u 8 horas seguidas”. Era autoritario y violento con quienes lo desobedecían. Les aplicaba palizas públicas, los encerraba en jaulas subterráneas o los azotaba frente a todos.


Los fieles debían entregarle cuanto poseían,y él les daba un sueldo de dos dólares semanales. La prédica religiosa rendía sus frutos. Después se supo que tenía cuentas en Europa, América latina y California por cerca de 10 millones de dólares.

La crisis se desencadenó cuando un senador estadounidense, Leo Ryan, decidió comprobar si eran ciertas las denuncias de malos tratos en la comunidad. Ryan viajó a Jonestown junto a tres periodistas y varios colaboradores. Fue recibido con una fiesta por Jones y su gente. Sin embargo, algunos fieles le pidieron al senador que los ayudara a huir, porque estaban bajo el poder de un déspota. Esto enfureció al reverendo.


Ante el giro del caso, Ryan intentó regresar rápidamente a su país junto a los desertores. No pudo hacerlo: un grupo de hombres de Jones -a los que se conocía como “Los Angeles” del líder- lo interceptó en el aeropuerto y asesinó a todo el grupo. Para demostrar su odio, a Ryan le dispararon varios tiros en la cara.

Jones se dio cuenta de que la situación no tenía salida. Durante siete días dispuso una diabólica vigilia mortal, hasta concretar el suicidio colectivo. Varias veces había “ensayado” ese final.

El doctor Schacht, junto a dos enfermeras, preparó el cianuro en un barril y el líder comenzó a distribuirlo. “El reverendo Jones estaba de pie rodeado de guardianes y ayudantes. Parecía no importarle que la gente gritara, llorara e implorara, ni que los niños presintieran la muerte. El reverendo parecía tranquilo y feliz mientras repartía las dosis de veneno en vasos, o las hacía dar en inyecciones intravenosas a quienes se resistían”, relató un testigo en las páginas de Clarín.

Poco más de 80 fieles rechazaron la orden y huyeron a la jungla, mientras “los ángeles” les disparaban.

Las frases demenciales de Jones cerraban la escena: “No griten y mueran con dignidad”; “Te veré en la otra vida hermano”; “Hagan tomar a sus hijos primero”; “Por fin hemos conseguido la paz”. Una vez que todos tomaron el cianuro, Jones se mató de un disparo en la cabeza.

La exaltación mística del reverendo Jones se había contagiado a sus seguidores. Así de persuasiva puede ser la locura.