Llamada la ley Volstead, en reconocimientos a su impulsor que la había puesto en marcha con el objetivo de reducir los niveles de criminalidad, en los hechos logró los efectos contrarios. Pero de eso se encargó la historia.
Las medidas prohibicionistas extremas fomentaron una gran industria del crimen organizado. Los speakeasies (bares clandestinos) florecieron en las ciudades estadounidenses, protegidos por la complicidad de los ciudadanos enemigos de la prohibición. Para 1925 había 100.000 bares secretos en las principales urbes, 10.000 de ellos en Nueva York.
A partir de ahí y con la figura excluyente de Al Capone, centenares de “capo Mafia” se esparcieron por todo Estados Unidos para aprovechar el “placer de lo prohibido”.
En principio, la intención de la Ley Volstead era crear una sociedad más sana y menos violenta. Andrew Volstead, patrocinador de esta ley, aseguraba que la ley reduciría los niveles de crímenes y corrupciones en la época.
El alcohol se siguió vendiendo clandestinamente. Existía una gran demanda y las bandas criminales ofrecían las bebidas a precios muy altos, estos ingresos les permitieron crecer y expandirse en varios estados. Todas estas actividades ilegales incrementaron la corrupción y enfrentamientos entre distintas bandas, generando gran violencia.
El 5 de diciembre de 1933 se puso fin a esta controvertida ley, que fue derogada con Franklin Delano Roosevelt como presidente estadounidense.