El habitual mate, compañero siempre presente en los hogares de Sudamérica, llegó alguna vez a estar prohibido por la normativa vigente. Nos remontamos al año 1616, a la ciudad colonial de Buenos Aires y a la época del virreinato.
Fue así que el famoso Hernandarias, Hernando Arias de Saavedra, primer nacido en América que ocupara el puesto de gobernante de una región colonial, además de ser hidalgo, militar, conquistador, colonizador, explorador y burócrata, le escribió a Su Majestad sobre su incapacidad de abolir una práctica, ya para entonces tan extendida que se hacía imposible desterrarla.
Ya en el año 1610, el gobernador de Buenos Aires Diego Marín Negrón, calificó como de “vicio abominable” a la costumbre de los porteños de tomar mate. En concreto, una carta suya dirigida al rey le informaba acerca de ese “vicio abominable y sucio que es tomar algunas veces al día la yerba con gran cantidad de agua caliente”.
En la misiva, agregaba que tomar mate “hace a los hombres holgazanes, que es total ruina de la tierra, y como es tan grande (la extensión y hondura del vicio), temo que no se podrá quitar si Dios no lo hace”, señalaba el gobernante al monarca, rogando que la divina Providencia se encargue de desaparecer la arraigada costumbre.
Posteriormente, fue Hernandarias quien prohibió la yerba mate. “Que nadie en adelante fuese ni enviase indios a haber hierba a ninguna parte donde la haya, ni la traiga, ni traten ni contraten so pena de pérdida de ella, que se ha de quemar en la plaza pública”, sentenció en su decreto.
Pero la historia se encargó de desobedecerlo, y la norma finalmente tuvo que claudicar ante la costumbre. Cuatro siglos después, ese “vicio abominable” sigue vigente, sin que se le pueda adjudicar nada de toda esa connotación negativa que la mirada europea y colonizadora quiso instalar.