El arzobispo Viganò, exnuncio en EE UU, denunció que Francisco conocía las acusaciones contra el cardenal Theodor McCarrick.
La respuesta de Bergoglio, supuestamente, nunca llegó y hasta este verano, cuando el caso salió a la luz y el Papa retiró a McCarrick su condición de cardenal, el Vaticano no actuó.
La bomba estaba cuidadosamente diseñada. Justo el día en el que el Papa terminaba su visita a Irlanda, zona cero de los abusos donde ha vuelto a pedir perdón repetidamente, pocas horas antes de su tradicional encuentro con la prensa en el avión de vuelta, fue detonada. Imposible mayor impacto. La carta, una acusación sin precedentes a un Pontífice lanzada desde un nivel tan alto en la jerarquía eclesiástica, fue publicada por diversos medios católicos conservadores como el The National Catholic Register, LifeSiteNews o InfoVaticana. Viganò -un controvertido y ultraconservador arzobispo que ocupó altos cargos en el Vaticano- asegura en ella que se reunió con el papa Francisco, justo después de su elección (el 23 de junio de 2013), y le alertó de la gravedad de los acusaciones a McCarrick. El denunciante, que ya estuvo en las entretelas del llamado caso Vatileaks y es un defensor de la línea antigay, dio detalles y expuso largamente una serie de hechos aquel día. No hubo respuesta, señala Viganó.
Viganò, que fue apartado en su momento por Benedicto XVI y enviado a Washington, sostiene que ha decidido hablar porque “la corrupción ha llegado a los niveles más altos de la Iglesia”. Según explica en su carta -a la que el Vaticano no quiso responder en todo el día- en el primer encuentro que mantuvo con Francisco, este le preguntó acerca de su impresión sobre McCarrick. “Le respondí con total franqueza y, si lo desean, con mucha ingenuidad: ‘Santo Padre, no sé si usted conoce al cardenal McCarrick, pero si le pregunta a la Congregación para los Obispos, hay un expediente así de gordo sobre él. Ha corrompido a generaciones de seminaristas y sacerdotes, y el Papa Benedicto le ha impuesto retirarse a una vida de oración y penitencia’. El Papa no hizo el más mínimo comentario a mis graves palabras y su rostro no mostró ninguna expresión de sorpresa, como si ya conociera la situación desde hace tiempo, y cambió enseguida de tema”, señala en su misiva.
El elemento fundamental de su acusación es que, supuestamente, Benedicto XVI ya había tenido conocimiento entre 2009 y 2010 de la actitud de McCarrick –una serie de abusos a seminaristas a los que invitaba a dormir a su cama en una casa que tenía en la playa- y le había impuesto unas sanciones canónicas según las cuales debía dejar el seminario donde vivía, se le prohibía celebrar misa en público, participar en reuniones, dar conferencias o viajar. Pero Francisco, siempre según esta versión, “continuó encubriéndolo” y “no las tomó en consideración”. Además, el actual papa convirtió a McCarrick en un “fiable consejero” con quien consultó los siguientes nombramientos en EE UU y a quien utilizó para la relación con la Administración Obama. Lo extraño es que todo el mundo sabe que si realmente pesaban esas restricciones sobre McCarrick, este nunca las cumplió y siguió celebrando misas durante el pontificado de Benedicto XVI.
La acusación está basada en el testimonio de Viganò –él pone a Dios por testigo de que es cierto- y una serie de fechas que proporciona para demostrar la veracidad de sus encuentros y la cantidad de documentación que se aportó en su momento, tanto al Vaticano como la policía estadounidense. De momento es su palabra contra la del Papa. Pero la carta es un potente misil que llega desde Estados Unidos en un mal momento para Francisco. El exnuncio también señala al cardenal Donald Wuerl, actual arzobispo de Washington, acusado de encubrir los abusos de Pensilvania. Según el denunciante, también conocía el caso de McCarrick: “Yo mismo hablé del tema con el cardenal Wuerl en varias ocasiones, y no necesité entrar en detalles porque quedó claro inmediatamente que era plenamente consciente de ello. […]. Sus declaraciones recientes diciendo que no sabía nada sobre este tema… son de risa. Miente vergonzosamente”.
Viganò no deja títere con cabeza y está llena de acusaciones al círculo más cercano del Papa –también en cuestiones personales y de orientación sexual-, entre los que están el secretario de Estado, Pietro Parolin o su consejero, el cardenal Maradiaga, a quien acusa de insultar a las víctimas para tapar escándalos en su país. Pero también apunta con nombres y apellidos a un reguero de cardenales, obispos y responsables de las congregaciones que, supuestamente, supieron durante de años del comportamiento de McCarrick y lo ocultaron.