La abundancia de derivados del colesterol en fósiles de hace 558 millones de años, permite resolver uno de los mayores enigmas de la paleontología
La mayoría de ellos “tenía una complexión distinta a la de los animales actuales, con simetrías diferentes y una complexión totalmente alienígena”, explica Jochen Brocks, investigador de la Universidad Nacional de Australia. “Algunos tenían forma de fractal [objetos matemáticos cuya estructura aparentemente irregular se repite a diferentes escalas]”, y otros “se parecían a una galaxia en espiral con ocho brazos. Los biólogos sencillamente no saben cómo interpretar todo esto”, explica el geoquímico.
El equipo de Brocks cree haber despejado las dudas gracias al análisis de restos orgánicos atrapados en los fósiles. Su trabajo se ha centrado en Dickinsonia, un género de fósiles descrito en 1947. Eran seres ovalados y simétricos que llegaban a medir 1,4 metros de largo y que son uno de los organismos de Ediacara más conocidos.
Algunos expertos creen que eran líquenes —simbiosis entre un hongo y un alga—, otros que se trataba de seres unicelulares gigantes, y otros animales marinos de aguas cálidas y poco profundas. Hasta ahora no se ha podido descartar ninguna de estas hipótesis basándose solo en la observación de la morfología de estos fósiles, que datan de hace entre 571 y 541 millones de años, lo que les ha convertido en uno de los mayores enigmas de la paleontología.
¿Una criatura con forma matemática?
En este estudio los investigadores también han analizado otro organismo de Ediacara, el Andiva, en cuyo caso no se hallaron pruebas concluyentes de la presencia de colesterol. El próximo objetivo es estudiar los rangeomorfos, organismos con forma de pluma alargada cuyo cuerpo tenía una estructura de fractal en la que se repiten estructuras idénticas. Los rangeomorfos son uno de los organismos más viejos de la fauna de Ediacara con unos 570 millones de años de antigüedad. “Sería alucinante averiguar qué eran realmente estas criaturas, pero es difícil, porque estos fósiles son muy escasos”, dice Brocks.
Brocks y sus colegas tuvieron que descender encordados por las paredes de un acantilado del Mar Blanco en la costa noreste de Rusia. De las grandes placas de roca arenisca extrajeron ejemplares de Dickinsonia de unos cuatro centímetros de largo datados en 558 millones de años. Los investigadores partieron algunos de los fósiles y analizaron su composición con un cromatógrafo. Presentaban un alto contenido en colesteroides derivados del colesterol, una molécula ubicua en los animales. En cambio, estos lípidos apenas estaban presentes en la capa de microbios que les rodeaba y que supuestamente les servía como alimento.
Las conclusiones del equipo, publicadas hoy en la revista Science, indican que estas criaturas eran los animales más antiguos que se conocen y aclaran cómo sucedió el paso entre “el mundo microscópico de las bacterias y el de los animales grandes”, según Brocks.
Los animales comparten las mismas características fundamentales: pueden moverse, se alimentan de otros organismos, son multicelulares, tienen tejidos especializados, sistema digestivo y sistema nervioso. Hay evidencias de que Dickinsonia podía moverse, pero el resto de características no están probadas. Por ejemplo no tenían ni boca ni ano, con lo que se ha especulado que se alimentaban a través de la piel, lo que reforzaría que fuesen seres unicelulares que llegaron a alcanzar dimensiones gigantescas en ausencia de depredadores.
En los animales, el colesterol forma parte de la membrana que recubre cada una de las células del cuerpo dándoles forma y controlando qué compuestos entran y cuáles quedan fuera. “Casi con seguridad el colesterol tenía la misma función en Dickinsonia”, asegura Brocks, que resalta que la presencia de esta molécula confirma que este “es el animal más antiguo que se conoce en el registro geológico”. Otro organismo de Ediacara, el Kimberella, era hasta ahora el animal más antiguo conocido, con 555 millones de años.
Hace 541 millones de años sucedió la explosión del Cámbrico, un estallido de nuevas formas de vida en el que aparecieron la mayoría de los grupos animales. Según el estudio, la fauna de Ediacara fue el “preludio” de esa explosión de vida.
Diego García-Bellido, biólogo y paleontólogo especialista en la fauna del Cámbrico en la Universidad de Adelaida, opina que es un hallazgo “muy interesante”, pero ofrece una interpretación de los datos algo diferente. “Dickinsonia no es un ancestro nuestro, sino una rama lateral, que se extinguió a final del Ediacárico o a lo sumo en el Cámbrico temprano, cuando los verdaderos animales se diversificaron, se hicieron más grandes y desarrollaron estructuras mineralizadas”, resalta. Para el investigador español “haber encontrado estos compuestos en Dickinsonia apunta a que estos organismos ya tenían algunos elementos diagnósticos de los animales, pero no que fueran verdaderos animales, por la misma razón que encontrar plumas en numerosos dinosaurios terópodos, incluido el T. rex, no los convierte en aves voladoras”, resalta.